jueves, 19 de agosto de 2010

Capítulo 8


VIII

La que se avecina

Y como si de una peli mala para adolescentes se tratara, la chica fea, osea yo, estaba enamorada desde niña de su imponente e inalcanzable vecino.

Recuerdo perfectamente el día en el que la familia Andersen llegó. Mi hermano estaba jugando conmigo en el jardín. Quería entretenerme para que no viera a mi madre sumergida en otro de sus ataques. Esfuerzo vano por su parte porque yo, a pesar de mis cinco años, era perfectamente consciente de lo que pasaba ya que había aprendido a convivir con ello durante algo más de un mes. Un mes en el que mi madre hacía poco más que respirar y llorar, un mes en el que mi hermano y yo tuvimos que prácticamente cuidarnos solos, un mes en el que solo nos teníamos el uno al otro, menos mal que él era un niño increíble.

Los Andersen llegaron justo a tiempo para interrumpir mi juego preferido, el del científico de mazapán. Sus grandes camiones de mudanza captaron mi atención, distrayéndome de dirigir la historia que yo misma había inventado. Entre el ajetreo de hombres uniformados con monos de trabajo que descargaban muebles y cajas surgió una mujer alta y rubia que se nos acercaba con un niño pequeño de la mano.

- ¡Hola chicos! –saludó la mujer.
- Hola –dijimos los dos muy serios.
- ¿Qué hacéis los dos aquí tan solitos?
- Pues estamos jugando en el jardín –contestó mi hermano con sequedad, dando a entender que lo que había preguntado era una obviedad.
- Ya veo –dijo con una cálida sonrisa- ¿y vuestros papás os dejan aquí solitos?
- Sí, porque mi mamá está rota –dije con toda la inocencia de mis cinco añitos ignorando lo raro que aquello podría sonar.
- ¡Duna! ¡Esas cosas no se cuentan a los desconocidos! –me regañó Gael.
- Tranquilos, no soy una desconocida, soy vuestra nueva vecina. Me llamo Cristina y este de aquí es mi hijo Jason. Diles hola a estos niños Jason.
- Hola.

Y en ese momento a Cupido le dio por tocar las narices y alcanzarme con una de sus puñeteras flechas. Menuda crueldad hacerle eso a una niña de cinco años. Como pille por banda a ese estúpido niño alado le voy a enseñar para qué sirven sus malditos pañales. El caso es que cuando Jason abrió la boca para pronunciar lo que fue su primer saludo, me quedé total y absolutamente prendada de él. Y es que era un niño tan tan tan guapo que no os lo podéis ni imaginar. Con su pelito rubio lleno de rizos y sus grandes ojos de un azul brillante llamaba la atención a donde quiera que fuera. Aún hoy, a sus dieciséis años sigue siendo guapísimo, con el aliciente de tener un cuerpo (perfecto, ardiente y pecaminoso… babaaasss) esculpido por el deporte.

A partir de aquel día, las cosas empezaron a mejorar. Cristina, intrigada por mis palabras se empeñó en conocer a mi madre y en poco tiempo se hicieron muy buenas amigas. Supongo que conectaron tan rápido porque ambas compartían muchas cosas. La madre de Jason era también una artista como mi madre, escribía e ilustraba cuentos infantiles y además comprendía a la perfección la soledad de mi madre y la dificultad que suponía criar a un hijo sin la presencia de un padre. Y es que el padre de Jason, Hans, aunque no los había abandonado, pasaba muy poco tiempo en casa porque su empleo como director de una importante editorial absorbía prácticamente todo su tiempo, dejando a su familia totalmente desatendida.

La verdad es que la historia de Cristina era casi tan triste como la de mi madre. Conoció a Hans cuando comenzaba su trote en el mundo editorial intentando publicar sus obras. Entonces Hans era un joven ejecutivo con un futuro brillante por delante y con un pasado que lo hacía verdaderamente interesante. Hijo de adinerados intelectuales daneses afincados en Estados Unidos, pasó su infancia y adolescencia rodeado de la élite neoyorquina y al finalizar sus (carísimos y exclusivos) estudios universitarios se trasladó aquí al aceptar la oferta que le hizo la editorial que ahora dirige. Al principio, como es habitual, la relación fue viento en popa pero a medida que Hans iba medrando en su carrera menos atención le prestaba a Cristina. Cansada de su soledad intentó dejarlo una vez pero ya se sabe el corazón aún siendo consciente de que alguien no es bueno para él no sabe de discriminación. Con cientos de promesas y una propuesta de matrimonio volvió a caer en sus brazos pero él nunca cumplió nada de lo que prometió ni siquiera con la llegada de Jason lo hizo.


5 comentarios:

  1. Jaja... para qué sirven sus malditos pañales. Dios, si Duna lo encuentra algún día, que me avise, yo también tengo un par de asuntos que resolver con él...

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  2. no quiero leer nada adelantado a lo del foro :$
    pero pasaba para decirte qe ando por aca :)

    besiito :)

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  3. Qué mono Jason =)
    ¡Espero el próximo capítulo! ^^
    ¡Un beso!

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  4. He leído daneses?¿?¿ Aiss mi sueño es ir allí :DD Esta historia cada vez me gusta más^^

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